¡UNETE YA!

24 mar 2010

COMUNICADO DE PRENSA - PRESIDENTE FUNES: “NO ME CORRESPONDE A MI DEROGAR LA LEY DE AMNISTIA”.

El Presidente de la República, Mauricio Funes, afirmó hoy que no es competencia del Órgano Ejecutivo derogar la ley de amnistía, aprobada por la Asamblea Legislativa en marzo de 1992 tras la firma de los Acuerdos de Paz.

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“No nos corresponde a nosotros (Gobierno Central) promover la derogatoria de una ley que ya fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia”, dijo el Presidente Funes a la prensa, momentos después de develar en el aeropuerto de Comalapa, un mural alusivo al 30 aniversario de la muerte del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero.

A preguntas de periodistas sobre las razones de por qué su gobierno no promueve la derogatoria de la Ley de Amnistía y la investigación del asesinato de monseñor Romero, el mandatario fue tajante: “No me corresponde a mí derogar la ley, no me corresponde a mí como jefe del Ejecutivo aperturar una investigación, eso le corresponde a la Fiscalía”.

“Nadie va a preguntarle al Fiscal General de la República por qué no se abre un expediente en el caso de monseñor Romero. Le preguntan al Presidente de la República si deroga o no deroga la ley de amnistía, cuando esa ley no es obstáculo para investigar el asesinato de monseñor Romero, el asesinado de los padres jesuitas, la ley no es un obstáculo para investigar las graves violaciones a los derechos humanos, lo único que es obstáculo para ello es la voluntad política de los órganos jurisdiccionales”, explicó el Presidente Funes.

El gobernante se dirigió a los organismos de Derechos Humanos, que demandan al Gobierno Central que promueva la derogatoria de la ley de amnistía, a quienes dijo que casos como el de monseñor Romero “se pueden investigar aún y cuando la ley no ha sido derogada, porque ya hay una sentencia de la Sala de lo Constitucional que declaró inconstitucional la aplicación de la ley para los casos de graves violaciones a los derechos humanos y ahí está el caso de monseñor Romero”.

Al cumplirse este miércoles 24 de marzo 20 años del magnicidio del arzobispo de San Salvador, el presidente Funes, en un discurso de mucha trascendencia, pidió perdón en nombre del Estado salvadoreño por el magnicidio de Romero, a quien ya ha declarado guía espiritual de la nación.

San Salvador, 24 de marzo de 2010

SARAVIA Y EL ASESINATO DE ROMERO

Me referiré rápidamente al reportaje de Carlos Dada, sobre las declaraciones del criminal Alvaro Saravia, aparecido esta semana en El Faro.net , puesto que no hay casi nada nuevo que se venga a agregar a lo que ya se conocía sobre el asesinato de Monseñor Romero.

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*por Reyzope para el blog El Trompudo

Los archivos desclasificados por la CIA y sus revelaciones en lo referente al caso, no hacen más que confirmar lo que dicen, pues el autor intelectual del crimen, tal como lo mencionan esos archivos desclasificados, fue Roberto d'Abuisson, con el financiamiento y el apoyo logístico de ricos empresarios y la ejecución directa de los que ya se conocen, desde Fernando Sagrera hasta el mismo Capitán Saravia.

Y el crimen contra Romero no fue el primero ni el último. Operación Centauro era el nombre código para el plan de eliminación física de personal religioso que estuviera bajo sospecha severa de colaborar con las guerrillas salvadoreñas. El proyecto implicaba a los salvadoreños de siempre, además de agentes cubanos radicados en Miami y al embajador de Venezuela en El Salvador, Leopoldo Castillo, de quien se ha dicho que era la fuente de los servicios de inteligencia que identificó a las víctimas.

Hay dos cosas un tanto interesantes en las declaraciones de Saravia:

1-Saravia nunca menciona la participación de ningún militar argentino en el asesinato de Monseñor Romero. Curioso, pues en un principio se hablaba de un francotirador nicaragüense, ex-miembro de la extinta Guardia Nacional somocista, como el ejecutor del crimen. Las versiones cambiaron hasta detenerse, últimamente, en el señalamiento de un militar argentino como el asesino que disparó contra Romero. Yo no me trago la historieta del guardia al que se le pagaron mil colones. Por qué? La importancia de la operación hacía que limitaran la participación a elementos dirigentes.

Acaso con esto siempre se trató de encubrir al Dr. Antonio Regalado, notorio escuadronero y asesino patológico, antiguo responsable de la seguridad de la Asamblea Legislativa? Cabe mencionar que Regalado es, o fue, considerado como el mejor francotirador de la época.

2-En fin, las declaraciones de Saravia aportan pocos elementos nuevos. A mi gusto, están llenas de esquivamientos y les falta contundencia. Miedo? Talvez.

Sin embargo, se confirma la participación de todos los personajes ya conocidos en esta historia. Si antes se conocían por archivos desclasificados y reportes de la Comision de la Verdad, lo nuevo en todo esto es que uno de los participantes del asesinato, Saravia, incrimina a sus complices, a todo un grupo de personalidades públicas en este asesinato. Sus cómplices indirectos, gente que aún tiene participación en la cosa política y económica, tales como Luis Escalante, Arturo Muyshondt, hermanos Salaverria, Roberto Edgardo Daglio y el director de El Diario de Hoy (grupo de los seis de Miami, según la CIA). Entonces, estos ya no son simples rumores, y las declaraciones pueden ser utilizadas como prueba en una eventual investigación y juicio que se inicie, si se quiere, para deducir responsables.

Y el tiempo apremia. Recordemos que muchos de los involucrados ya están muertos o los han "suicidado", como le ocurrió al Capitán Avila, que "se pegó" dos balazos, al muy estilo Chele Torres. Mal paga el diablo a quien bien le sirve. Sino miren la situación de este asesino que vive en la constante paranoia de que lo ejecuten.

La mesa está servida para el presidente.

Antes que nada, unas interrogantes que me hago: cómo pudo un simple periodista, y no el FBI, dar con el paradero de un hombre buscado por la justicia estadounidense? Provoca sospechas y, ultimadamente, risa!

Si bien es cierto que a Saravia se le busca para deportación de los EEUU, tambien hay que mencionar que tiene juicios civiles pendientes y otros ya perdidos en ese país.

Acaso no debería colaborar el periodista con las autoridades en la ubicación y captura del criminal? Tiene algún código de ética profesional que le impida hacerlo?

Bueno, decía que la mesa está servida para que el presidente Funes inicie cuanta investigación quiera hacer, tal como lo prometió en septiembre del 2009, para resolver el caso del asesinato de su...inspirador espiritual.

Claro, pero tambien conocemos los cambios de posición y la condición moral de este presidente, por lo que deduzco que esas valiosas declaraciones -ricos elementos de prueba- de uno de los criminales de Monseñor Romero, sólo quedarán en la historia como "simples declaraciones".

A pesar de las "pitas de donde se pueda jalar", con este presidente que ya declaró que NO VA A PROCESAR A LOS CORRUPTOS, considero que menos actuará en este grueso y espinoso caso donde hay muchos poderosos mezclados en el magnicidio.

Lástima por la Verdad. Lástima por el pueblo que clama Justicia!

GUIA ESPIRITUAL DE LA NACION

Ojalá que de verdad Monseñor Romero se convirtiera en el faro que dirigiera los destinos de nuestro pueblo. Los pobres no necesitan discursos. Necesitan acción, eficacia y eficiencia.

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*por Juan A. Valiente para EDH

El Presidente Funes reclama para su gobierno y para el país la guía espiritual de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Con ocasión del aniversario de su asesinato y sin pretender conocerlo como para intuir sus consejos al Presidente, creo importante reflexionar sobre lo que hizo a Monseñor mártir y cómo su opción de vida iluminaría los actos del actual gobierno.

Monseñor hubiera esperado que el gobierno se concentrara en los pobres. La opción preferencial por los pobres de la Iglesia, como concluyera la Asamblea de Puebla, tiene "como objetivo el anuncio de Cristo salvador que los ilumine sobre su dignidad, los ayude en sus esfuerzos de liberación de todas las carencias y los lleve a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la vivencia de la pobreza evangélica".

Un gobierno restaura la dignidad de los pobres al convertirlos en el centro del actuar del gobierno. Los pobres deben ser los que den coherencia y sentido a sus políticas públicas, compensando años de abandono y de exclusión. Los pobres deben sentirse reconocidos en su dignidad de personas y de hijos de Dios. Y dado que dignificar a unos no significa envilecer o degradar a otros, el proceso de dignificación de los pobres asume la construcción de una comunidad más sana e integrada.

Un gobierno les ayuda en sus esfuerzos de liberación de todas las carencias al lograr que los pobres tengan una vida digna. Todos tenemos derecho a una vida donde tengamos acceso a trabajo adecuadamente remunerado, seguridad social, vida familiar, servicios básicos, vivienda, salud, educación y cultura. Todos estos derechos están plasmados en tratados como el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, adoptado por las Naciones Unidas en 1966 y ratificado por el país en 1979.

Requeriría un pacto y una política fiscal que no fueran regresivos y acentuaran las diferencias, en lugar de disminuirlas. La inversión social del gobierno debe contribuir a lograr una mejor distribución de la riqueza del país y permitir que los beneficios lleguen a las mayorías pobres. Pero no se debe concentrar la discusión únicamente en los ingresos como repetidamente lo está haciendo este gobierno. El pacto debe vigilar los ingresos y los gastos. Tenemos derecho a decidir conjuntamente el país que debemos continuar construyendo.

No es tarea fácil, por lo que se necesita de los mejores hombres y mujeres que nuestro país tiene. El Presidente Funes ha hablado de su gobierno como el gran impulsador de la inclusión social y, por definición, entonces no puede haber exclusión de ningún tipo.

El desarrollo económico liderado por la empresa privada sería ahora incluso más necesario. El gobierno debe con transparencia establecer el marco del funcionamiento empresarial. Las inversiones privadas necesitan seguridad jurídica y visión de largo plazo, especialmente las que pueden ayudar a convertirnos en la fábrica de empleos prometida por el Presidente.

Gobernar para los pobres no se logra con políticas públicas desintegradas y con prácticas autoritarias que en nada se parecen a la humildad de Monseñor Romero. Requiere un plan de gobierno consensuado. Requiere un equipo de gobierno integrado. Requiere liderar la nación con el Espíritu de Dios.

Y hay que aprender que por muy buenas intenciones que se tengan no alcanzará para todo. Gobernar también requiere tomar decisiones y asumir los costos de oportunidad. El Presidente por ejemplo decidió comprar uniformes para los estudiantes y no sólo desenfocó la labor del MINED por varios meses, sino que invirtió recursos preciados, especialmente en estos días que no hay recursos, ni plan, ni política clara para hacer frente a la delincuencia.

Ojalá que de verdad Monseñor Romero se convirtiera en el faro que dirigiera los destinos de nuestro pueblo. Todavía el Presidente Funes puede lograrlo integrando mejor el equipo de gobierno, no sólo con claridad de propósito, sino con capacidad. Los pobres no necesitan discursos. Necesitan acción, eficacia y eficiencia.

LA SANGRE DE ROMERO INTACTA DESPUES DE TRES AÑOS

Las vísceras de Monseñor Romero fueron sepultadas en un jardín de la capilla Divina Providencia. Tres años después, —cuando iban a construir una gruta a la Virgen por la visita de Juan Pablo II, quien visitaría el lugar— las encontraron y las monjas dicen que intactas.

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*por Mario Enrique Paz para LPG

A Luz Isabel Cuevas se le iluminan los ojos, se le nublan, se le entristecen y le vuelven a brillar. “De que Monseñor (Óscar) Romero es santo, es santo”, dice y sonríe como para reafirmar su fe. El tiempo ha marcado su efecto en esta mexicana de 87 años, que llegó al país en 1955. El cabello cano y las huellas del rostro así lo denotan, la tez blanca está marcada por los suaves surcos que dejan los años, pero la lucidez está intacta.

Y vuelca los recuerdos. De Óscar Arnulfo Romero se han dicho demasiadas cosas. Pastor para unos, profeta para otros, comunista para otros tantos. Es todo, según ella, del ángulo con que se quieran tratar las cosas.

Y el ángulo que ella escoge en la conversación va más allá de las circunstancias políticas que terminaron con la vida del arzobispo de San Salvador, el 24 de marzo de 1980, hoy hace 30 años.

Luego del asesinato, Luz Isabel dice recordar que alguien —monseñor Ricardo Urioste dice que fue él— le pidió que reclamaran las vísceras de Romero en el hospital, en ese entonces Policlínica Salvadoreña, hoy Hospital ProFamilia. “Era para tener algo de él”, asegura. Sin embargo, todo era confusión: “No acertábamos a ver lo que pasaba, un sueño, una película, una pesadilla”. Pero la realidad podía más que la confusión. A eso de las 2 de la mañana recibieron en una bolsa plástica los intestinos, pues el cuerpo sería embalsamado. “Y ahora qué hacemos con esto”, se preguntó. La idea de sepultarlas en el jardín, junto al apartamento donde dormía, fue la respuesta inmediata. “Nosotros llevamos al hospital una cajita como de zapatos y ahí las enterramos, en la bolsa donde ellos nos las dieron”, recuerda Luz Isabel.

Nadie volvió a reparar en el tema. Nadie. Hasta que en 1983, tres años después de la muerte, se produjo la visita de Juan Pablo II por primera vez al país.

Las vísceras... Tres años

Los ojos de la madre de las Carmelitas recuperan el brillo, sonríe. Es grato recordar ese momento, es como parte de la redención del arzobispo, aunque la Iglesia lo guardó, parte en secreto parte en luz pública, contar el hecho le da a su rostro alegría.

“Cuando en 1983 se anunció la venida del Papa se nos ocurrió que él querría visitar el lugar donde Monseñor fue asesinado. Decidimos construir una gruta para colocar una imagen de la Virgen de Lourdes. Cuando estaban construyendo, los trabajadores encontraron la cajita (y la bolsa con las vísceras) y cual es nuestra sorpresa que a pesar de los tres años, a pesar de que eran intestinos, no tenían ningún mal olor, ni habían cambiado de color, parecía como que acababan de hacer una cirugía. La bolsa no se deterioró”, dice Luz Isabel.

La reacción fue de todos sorprendentes, hasta confusa, el hecho no tenía explicaciones. “Nos extraño pues lo normal era que hubiera descomposición”, recuerda la religiosa.

El paso inmediato fue notificarlo al arzobispado, ya en 1983 liderado por Arturo Rivera y Damas. Incluso se sacó una muestra líquida de la sangre de las vísceras y fue entregada al prelado.

A la confusión, a la sorpresa, a la alegría se unió un elemento más: el miedo. Ese año el conflicto armado en el país estaba en su apogeo “y era tan fácil encontrar comentarios negativos llenos de odio en contra de Monseñor Romero”, que el hecho no se hizo público, recuerda Luz Isabel.

Monseñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Romero, quien asegura tuvo entre sus manos la muestra líquida, explica que fue el mismo arzobispo que les solicitó dejar las cosas en silencio por las complicaciones políticas del momento.

“El error de nosotros fue no haber mandado las pruebas a un laboratorio, de lo que ahora me arrepiento”, dice Urioste.

El sacerdote asegura —porque no lo ha determinado así la Iglesia— que no puede atribuir el hecho a un milagro, “pudo tratarse de un hecho natural, pero es insólito”.

Urioste y la religiosa coinciden en afirmar que la muestra que recibió el arzobispado permaneció en el lugar hasta el terremoto de 1986, cuando desaparecieron. Nadie sabe si alguien las tomó para protegerlas y se quebró el frasco.

Luz Isabel resta la mala intención. “Había buena voluntad” para conservarlas.

¿Un frasco al Papa?

Aunque varias voces de la Iglesia expresan que Juan Pablo II se llevó una muestra de la sangre encontrada tres años después, ni la madre de las hermanas Carmelitas ni Urioste confirman la versión. Ambos dicen haber escuchado el tema.

La intención de entregar una muestra al Santo Padre era contribuir al proceso de beatificación de Romero, y más tarde al de canonización.

“Yo incluso le pregunté a las hermanas Carmelitas de Soyapango si ellas sabían algo, pero desconocían el tema”, tanto de la muestra entregada al Papa, como del extravío en 1986 de la del arzobispado.

Las otras vísceras fueron sepultadas de nuevo. “Solo las cambiamos de depósito y las sepultamos nuevamente. No dijimos donde porque le podían poner una bomba al lugar”, dice Luz Isabel.

Para la religiosa no hace falta verificar el caso y determinar la posibilidad de un milagro, ella da por hecho la santidad de Romero, dice que sus obras lo testifican. “Viene gente de todas partes del mundo a conocerlo, a saber de él”, replica con entusiasmo.

¿Milagro?

Para Emiliano Medrano, jefe de patología del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, el hecho en sí no tiene explicación científica.

“Habría que hacer un análisis para ver si estaban (las vísceras) conservadas, porque no hay una explicación científica. Recordemos que se trata de órganos y estos cuando ya no les llega sangre viene la putrefacción”, explica el médico, quien asegura que lo puntual era haber hecho un examen.

Al ir más allá dice que solo existe una posibilidad de que los intestinos de Romero estuvieran intactos tres años después de estar sepultados y es que “a lo mejor se los entregaron ya en formalina y ellos no se dieran cuenta. Sería la única forma de conservarlos, aun debajo de la tierra. Si no iban en formalina sería un milagro”, explicó.

Para Luz Isabel y para Urioste, el camino de la canonización es todavía largo, pero no el de la santidad. “No creo que esté muy cerca (la beatificación y canonización), pero de que él es santo es santo, Monseñor es santo”, dice convencida con luz en los ojos y la sonrisa marcada.

REFLEXIONES EN FRIO SOBRE EL MAGNICIDIO

Si algo nunca hizo Monseñor Romero fue extenderle una patente exclusiva de virtud a alguna organización política. Fue ecuánimemente crítico de cualquier desviación de la fe.

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*por Joaquín Samayoa para LPG

Han transcurrido treinta años de intensa historia desde aquel disparo certero que nos introdujo abruptamente en el imperio de una locura desenfrenada. Mucha gente había sido ya asesinada, entre ellos algunos sacerdotes. La confrontación subía de tono incesantemente. El odio y la intolerancia se hacían cada día más patentes. Pero el asesinato del arzobispo, por su dignidad eclesial y por su estatura profética, era algo que a muchos, a pesar de las amenazas, nos parecía impensable. Desde nuestra fe sencilla, pensábamos que nadie se atrevería a provocar de esa forma la ira divina; necesitábamos creer que todavía quedaba un mínimo de sensatez como para abstenerse de cruzar una línea más allá de la cual no habría retorno.

A mí me había golpeado mucho el asesinato del padre Rutilio Grande, de quien me hice amigo con mucha facilidad y hondura durante su breve paso por el Externado de San José, inmediatamente antes de que se le encomendara la parroquia de Aguilares. Pocos días antes de su muerte, Rutilio llegó de visita al Externado y platicamos largo, paseando por aquellos corredores donde había transcurrido casi toda mi vida, primero como estudiante y después como educador. Rutilio era un hombre que transpiraba bondad, sencillo, incapaz de comprender el mal, ya no digamos de hacerlo. Cuánto odio, me preguntaba yo, debía haber en aquellos corazones para haber querido asesinar a un hombre tan santo.

A Monseñor Romero no lo conocí personalmente. Confieso que no me simpatizaba mucho cuando era el obispo ultraconservador de Santiago de María. Después, por diversos motivos y circunstancias, no le puse mucha atención a su transformación. Rara vez escuché alguna de sus homilías, porque era muy improbable que algún domingo no estuviera yo tumbado en la playa buscando apartarme precisamente de todo eso de lo que hablaba Monseñor, no porque me resultara indiferente u objetable su mensaje, sino porque me sentía abrumado por esas realidades y me preocupaba que las homilías, muy a pesar suyo, solo estaban logrando endurecer aún más los corazones de los responsables de tanta represión.

Pero independientemente de mis afectos personales o de la valoración que entonces podía yo hacer de las ideas de los pastores de la Iglesia, el asesinato de sacerdotes, religiosas y obispos siempre me pareció ser una medida de los extremos a los que, como sociedad, habíamos llegado.

Es evidente que, desde el fin de la guerra, hemos aprendido a poner límites. La religión y la política ya no encienden fanatismos que exigen muertos para validarse a sí mismos o para anularse mutuamente. Seguimos teniendo muchas y grandes discrepancias, las expresamos con serenidad o apasionadamente, pero creo que hemos dejado atrás los años de absoluta demencia ideológica. Ahora somos todos víctimas azarosas de otro tipo de locura que nada tiene que ver con ideales ni con ideas.

En algunos aspectos hemos evolucionado, pero la conmemoración del trigésimo aniversario de la muerte de Monseñor Romero nos encuentra todavía divididos; un poco más sanos mentalmente, pero con un pie todavía asentado en el pasado: algunos todavía perturbados por cuentas que no consideran saldadas: sin terminar de desprenderse de esa soberbia que les impide reconocer errores, la misma soberbia que a otros los hace, sin mayores méritos, sentirse superiores. Borrachos de irracionalidad moral o patriótica, muchos siguen viendo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.

Después de muchos años, he leído con detenimiento las homilías y las cartas pastorales de Monseñor Romero. No encuentro en ellas una sola frase que incite al odio o la violencia. Todo lo contrario. Puedo entender cómo y por qué su inclaudicable denuncia de la injusticia y de la represión les daba esperanza a unos y les provocaba molestia a otros, pero ahora que ha bajado el nivel de las pasiones, la palabra del arzobispo debiera suscitar en todos una humilde reflexión.

No es correcto que el gobierno pretenda capitalizar la memoria del arzobispo, en vez de tomar también para sí su invitación a la conversión. Igualmente objetable es la actitud de quienes mantienen intactos sus prejuicios, resistentes, igual que antes, a dejarse interpelar por un pastor que pudo haber cometido errores pero fue ejemplo de humildad.

Si algo nunca hizo Monseñor Romero fue extenderle una patente exclusiva de virtud a alguna organización política. Fue ecuánimemente crítico de cualquier desviación de la fe. A todos los llamó a la conversión pero ninguno acude todavía al llamado; unos siguen atacándolo y otros persisten en manipular su memoria.

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