Las vísceras de Monseñor Romero fueron sepultadas en un jardín de la capilla Divina Providencia. Tres años después, —cuando iban a construir una gruta a la Virgen por la visita de Juan Pablo II, quien visitaría el lugar— las encontraron y las monjas dicen que intactas.
*por Mario Enrique Paz para LPG
A Luz Isabel Cuevas se le iluminan los ojos, se le nublan, se le entristecen y le vuelven a brillar. “De que Monseñor (Óscar) Romero es santo, es santo”, dice y sonríe como para reafirmar su fe. El tiempo ha marcado su efecto en esta mexicana de 87 años, que llegó al país en 1955. El cabello cano y las huellas del rostro así lo denotan, la tez blanca está marcada por los suaves surcos que dejan los años, pero la lucidez está intacta.
Y vuelca los recuerdos. De Óscar Arnulfo Romero se han dicho demasiadas cosas. Pastor para unos, profeta para otros, comunista para otros tantos. Es todo, según ella, del ángulo con que se quieran tratar las cosas.
Y el ángulo que ella escoge en la conversación va más allá de las circunstancias políticas que terminaron con la vida del arzobispo de San Salvador, el 24 de marzo de 1980, hoy hace 30 años.
Luego del asesinato, Luz Isabel dice recordar que alguien —monseñor Ricardo Urioste dice que fue él— le pidió que reclamaran las vísceras de Romero en el hospital, en ese entonces Policlínica Salvadoreña, hoy Hospital ProFamilia. “Era para tener algo de él”, asegura. Sin embargo, todo era confusión: “No acertábamos a ver lo que pasaba, un sueño, una película, una pesadilla”. Pero la realidad podía más que la confusión. A eso de las 2 de la mañana recibieron en una bolsa plástica los intestinos, pues el cuerpo sería embalsamado. “Y ahora qué hacemos con esto”, se preguntó. La idea de sepultarlas en el jardín, junto al apartamento donde dormía, fue la respuesta inmediata. “Nosotros llevamos al hospital una cajita como de zapatos y ahí las enterramos, en la bolsa donde ellos nos las dieron”, recuerda Luz Isabel.
Nadie volvió a reparar en el tema. Nadie. Hasta que en 1983, tres años después de la muerte, se produjo la visita de Juan Pablo II por primera vez al país.
Las vísceras... Tres años
Los ojos de la madre de las Carmelitas recuperan el brillo, sonríe. Es grato recordar ese momento, es como parte de la redención del arzobispo, aunque la Iglesia lo guardó, parte en secreto parte en luz pública, contar el hecho le da a su rostro alegría.
“Cuando en 1983 se anunció la venida del Papa se nos ocurrió que él querría visitar el lugar donde Monseñor fue asesinado. Decidimos construir una gruta para colocar una imagen de la Virgen de Lourdes. Cuando estaban construyendo, los trabajadores encontraron la cajita (y la bolsa con las vísceras) y cual es nuestra sorpresa que a pesar de los tres años, a pesar de que eran intestinos, no tenían ningún mal olor, ni habían cambiado de color, parecía como que acababan de hacer una cirugía. La bolsa no se deterioró”, dice Luz Isabel.
La reacción fue de todos sorprendentes, hasta confusa, el hecho no tenía explicaciones. “Nos extraño pues lo normal era que hubiera descomposición”, recuerda la religiosa.
El paso inmediato fue notificarlo al arzobispado, ya en 1983 liderado por Arturo Rivera y Damas. Incluso se sacó una muestra líquida de la sangre de las vísceras y fue entregada al prelado.
A la confusión, a la sorpresa, a la alegría se unió un elemento más: el miedo. Ese año el conflicto armado en el país estaba en su apogeo “y era tan fácil encontrar comentarios negativos llenos de odio en contra de Monseñor Romero”, que el hecho no se hizo público, recuerda Luz Isabel.
Monseñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Romero, quien asegura tuvo entre sus manos la muestra líquida, explica que fue el mismo arzobispo que les solicitó dejar las cosas en silencio por las complicaciones políticas del momento.
“El error de nosotros fue no haber mandado las pruebas a un laboratorio, de lo que ahora me arrepiento”, dice Urioste.
El sacerdote asegura —porque no lo ha determinado así la Iglesia— que no puede atribuir el hecho a un milagro, “pudo tratarse de un hecho natural, pero es insólito”.
Urioste y la religiosa coinciden en afirmar que la muestra que recibió el arzobispado permaneció en el lugar hasta el terremoto de 1986, cuando desaparecieron. Nadie sabe si alguien las tomó para protegerlas y se quebró el frasco.
Luz Isabel resta la mala intención. “Había buena voluntad” para conservarlas.
¿Un frasco al Papa?
Aunque varias voces de la Iglesia expresan que Juan Pablo II se llevó una muestra de la sangre encontrada tres años después, ni la madre de las hermanas Carmelitas ni Urioste confirman la versión. Ambos dicen haber escuchado el tema.
La intención de entregar una muestra al Santo Padre era contribuir al proceso de beatificación de Romero, y más tarde al de canonización.
“Yo incluso le pregunté a las hermanas Carmelitas de Soyapango si ellas sabían algo, pero desconocían el tema”, tanto de la muestra entregada al Papa, como del extravío en 1986 de la del arzobispado.
Las otras vísceras fueron sepultadas de nuevo. “Solo las cambiamos de depósito y las sepultamos nuevamente. No dijimos donde porque le podían poner una bomba al lugar”, dice Luz Isabel.
Para la religiosa no hace falta verificar el caso y determinar la posibilidad de un milagro, ella da por hecho la santidad de Romero, dice que sus obras lo testifican. “Viene gente de todas partes del mundo a conocerlo, a saber de él”, replica con entusiasmo.
¿Milagro?
Para Emiliano Medrano, jefe de patología del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, el hecho en sí no tiene explicación científica.
“Habría que hacer un análisis para ver si estaban (las vísceras) conservadas, porque no hay una explicación científica. Recordemos que se trata de órganos y estos cuando ya no les llega sangre viene la putrefacción”, explica el médico, quien asegura que lo puntual era haber hecho un examen.
Al ir más allá dice que solo existe una posibilidad de que los intestinos de Romero estuvieran intactos tres años después de estar sepultados y es que “a lo mejor se los entregaron ya en formalina y ellos no se dieran cuenta. Sería la única forma de conservarlos, aun debajo de la tierra. Si no iban en formalina sería un milagro”, explicó.
Para Luz Isabel y para Urioste, el camino de la canonización es todavía largo, pero no el de la santidad. “No creo que esté muy cerca (la beatificación y canonización), pero de que él es santo es santo, Monseñor es santo”, dice convencida con luz en los ojos y la sonrisa marcada.