Esto nos gusta. Nos masturbamos ante el espectáculo frívolo que pone a la vida como villana y a la muerte como gran protagonista.
*por Carlos Hermann Bruch
La habilidad profesional del fotoperiodista que trabaja en La Prensa Gráfica, Nilton García, puso en evidencia lo que ya es habitual. Pero que nuestra sociedad incrédula necesita verlo a diario, cual circo romano, para reaccionar. Reacción escuálida, sin frutos.
Hace unos días ese fotógrafo capturó la secuencia de un joven achucillando a otro a plena luz del día.
Como consecuencia se ha vuelto a levantar una polvareda en la opinion pública que raya en lo chabacano. Sonsonete repetido.
Por un lado los jueces se muestran dubitativos ante su deber de aplicar la ley –una sola, sin medias tintas con mano firme-, por otro los medios de comunicación se rasgan vestiduras defendiendo con poca moral una libertad de expresión que ellos mismos han puesto en entredicho por haberse entregado al mejor postor –¿o decimos al mejor partido?- . Y por otro lado más bochornoso está la incauta o ingenua o simplemente ligera cultura ciudadana que no hace esfuerzos por mirar más allá de lo obvio. Que no es solo una foto de primera plana de lo que ya se sabe que a diario sucede un promedio de quince veces, la muerte violenta, sino que es que somos un pueblo que acepta el caos en cualquiera de sus presentaciones como un show. Como una romería perenne.
Hace unos quince años otro buen fotoreportero, Milton Flores, también captó un hecho similar. Un joven sacaba una pistola a media calle y disparaba contra sus pares de un colegio rival. La imagen también apareció en primera plana y también hubo revuelo nacional. Pero de ahí no pasó nada. Nada!
Después de quince años, de tres gobiernos, de unos cuantos jefes de policías y fiscales con ínfulas de supermanes pero que resultaron choros, de jueces confundidos y erráticos , de medios informativos unidos (en el gran negocio de la histeria, pero poco en la investigación real) y de una sociedad adicta al opio mediático, nada se ha avanzado.
Esto nos gusta. Nos masturbamos ante el espectáculo frívolo que pone a la vida como villana y a la muerte como gran protagonista.
Otro caso de la habilidad de un fotógrafo, Alvaro López: el 5 de julio de 2006 en la Universidad Nacional cuando un sicópata encapuchado acribilló a tiros con arma de guerra a dos policías y hería a otros.
El teleobjetivo de unos de los más audaces, precisos y profesionales fotógrafos de prensa que he conocido les callaba una vez más la boca a atolondrados políticos de toda casta y a seudo intelectuales que aun se afanan en repetir la falacia de que en El Salvador vivimos tiempos de paz.
Y así a lo largo de estos años de paz con antifaz podemos seguir escarbando periódicos y encontrando que al menos no han sido mis colégas del oficio fotoperiodístico, ese que desde sus inicios ha evidenciado el sufrimiento humano y que no acepta demagogia ni interpretaciones politiqueras, quienes han fallado en la tarea de poner en la mesa la realidad de un país que se dejó descomponer por los seguidores del mayor escuadronero de la muerte.
Quienes deben revisar sus acciones son sus jefes en las salas de redacción y los dueños de los medios que solo saltan de su cómoda silla cuando se trata de defender balances económicos escudándose tras discursitos de libertades que no son capaces de aplicar ni siquiera al interior de sus empresas.
Quienes deben de corregir actitudes son los jueces que comodamente se prestan al vedetismo mediático con tal de salir en la foto –la bonita de las páginas sociales o clubes, no la del dolor de un pueblo- para luego recibir palmaditas y quizás algún incentivo extra. Cuando deberían de estar trabajando con coraje por aplicar la ley sin rezongar ni alardear.
Quienes deben dar soluciones reales y no artificiosas contra la delincuencia que ya es parte de la cultura son nuestros gobernantes.
Y sobre todo, quienes debemos dejarnos ya de consumir sangre envasada en rotativos, telediarios y programas radiales, y tomar las riendas de nuestra vida en seguridad y justicia somos los salvadoreños.
Y no estaría mal también dejarnos de tanta queja infértil.