¡UNETE YA!

5 abr 2010

LA VIOLENCIA Y EL LIBRE MERCADO

La guerra se convierte en un asunto privado y el pensamiento violento y guerrerista invade nuestra conciencia.  El fenómeno del “nuevo orden mundial” es aceptado y reproducido al pie de la letra por un régimen político corrupto y burguesías que amasan fortunas de dudosa procedencia, como las que dominan actualmente en El Salvador.

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*por Oscar A. Fernandez O, para ContraPunto

En la mayoría de países dónde por la imposición de un modelo económico en el cual las grandes mayorías no participan de sus beneficios, encontramos formas de violencia que se han extendido al grado de penetrar los cimientos de la cultura tradicional y sobreentenderse en la vida cotidiana. El Salvador es un ejemplo clásico.

Simplemente la uniformización global permite advertir que la presión por la adecuación social es enorme y que la cantidad de artículos dispuestos con los cuales establecer una “identidad de moda” es inaccesible para las mayorías. Paso a paso se expande una cultura estimulada por elementos bélicos y un comportamiento militarista. Ésta prolifera en la vida cotidiana y penetra hasta el interior de las familias comunes, que no tiene ningún ansia de guerra. Todos hablan hoy de “guerra contra la violencia”, una paradoja temeraria, una negación en sí misma, un culto peligroso.

Si sumamos esta infiltración de una cultura bélica y nihilista, a la violencia sufrida por la exclusión de grandes sectores en el país y la respuesta eminentemente punitiva de  Estado al problema de la delincuencia, obtenemos como resultado la legitimación y legalización de la violencia, lo que en otras palabras quiere decir que parece que los salvadoreños ya aceptamos la violencia como parte del paisaje social y comenzamos a creer que es normal vivir con ella. El bombardeo de propaganda, la inundación de noticias amarillistas y morbosas, el consumismo, la violencia exaltada y glorificada por los juegos electrónicos, la publicidad, el cine y la TV, impiden reconocer con claridad una diferencia entre la guerra y la paz.

La mayoría coincide en señalar que vivimos un proceso de involución civilizadora: a pesar de todos nuestros adelantos tecnológicos, no hemos podido desterrar la violencia. Al contrario, bajo mil disfraces, se ha convertido en un el arma de la dominación moderna al servicio de poderes cuyos verdaderos rostros apenas ahora empezamos a vislumbrar claramente.

La guerra se convierte en un asunto privado y el pensamiento violento y guerrerista invade nuestra conciencia. En contra del anhelo de que los seres humanos podamos ser iguales y liberados de un Estado violento y represivo se expanden de manera epidémica, el conformismo y las formas violentas de organización con sus correspondientes emblemas que proporcionan identidad y sentido de arraigo. Independiente de las formas en que sean entendidas, esta cultura de la violencia no es más que el síntoma de algo de lo que todavía no se toma conciencia: un fenómeno del “nuevo orden mundial” impuesto por el poder del capital transnacional y su poderío militar, el cual es aceptado y reproducido al pie de la letra por un régimen político corrupto y burguesías que amasan fortunas de dudosa procedencia, como las que dominan actualmente en El Salvador.

Sin embargo, a pesar de este sello impuesto por el “nuevo orden imperial”, es necesario considerar que la violencia que vive la sociedad salvadoreña como fenómeno propio, debe ser visto como un hecho evidente que nos obliga a implementar un cambio fundamental y revolucionario en las relaciones sociales. M. Ezemberger (Panorama de nuevas formas de guerra civil), se refirió hace una década, a la expansión de una disposición general a la violencia: “Armados los marginados y las bandas dominan la ciudad y el campo debido a que el darwinismo social del libre mercado barrió con toda clase de cohesión social fundada en la solidaridad”.

A propósito, bajo el lema "¡Alto a la miseria!", la Unión Europea (UE) ha declarado 2010 "Año de la pobreza y de la exclusión social". Y es que ya hay, en la Europa de los veintisiete, unos 85 millones de pobres. Un europeo de cada seis sobrevive en la penuria.” “Lo peor es que la violencia del desempleo golpea sobre todo a los menores de 25 años. En materia de paro juvenil, España ostenta la tasa más catastrófica de Europa: 44,5% (la media europea: 20%) (Le Monde Diplomatique en español, 2 de abril de 2010)

Las consecuencias de esta violencia desatada que sufrimos los salvadoreños y otras sociedades, son las manifestaciones de la fractura y disolución social que atomiza la sociedad. Dónde hasta hace unas décadas era todavía común que todos los miembros de la sociedad estaban ligados por un contrato social a un Estado que aún desde su naturaleza autocrática y burguesa, producía algunos bienes sociales, hoy en El Salvador el sistema y modelo imperantes excluyen cada vez más personas, llevándolas a la frustración y desesperación. Vivimos la negación total de una sociedad de inclusión sustituida por una sociedad de exclusión. En la actualidad se han establecido mecanismos de excepción adicionales, visibles e invisibles, de hecho y de derecho que se aplican contra los asentamientos marginales a manera de defensa para las minorías sociales que se encuentran en una posición privilegiada.

La violencia creciente y la disposición a ella son fenómenos que escapan a los intentos de contención del Estado que a su vez emplea recursos violentos para ello, al mismo tiempo que fomenta la violación a las leyes y la corrupción. El crimen tradicional si le podemos llamar así, se puede considerar un acto todavía racional en comparación a los sentimientos violentos y el odio en que han sumido los señores del poder a la sociedad salvadoreña.

La escalada a la violencia y la tendencia de ésta a estabilizarse preocupa en primer orden por que hace evidente la descomposición interna de la cohesión social, contra la cual las instituciones se muestran impotentes. Así la sociedad se descompone en asociaciones de violencia y en pandillas de todas las escalas sociales que nos hacen vivir un permanente estado de guerra, el cual creíamos estar superando.

A escala internacional Estados Unidos, impelido por su arrogancia imperial junto a otras naciones “civilizadas” igualmente prepotentes, se preparan para fortalecer las fortificaciones de sus fronteras que deben servir igual que cuando el Imperio Romano, para protegerse de los bárbaros, de los conquistados, de los pobres, de los excluidos, de los habitantes de la miseria, a los mismos que la civilización de los poderosos les robó sus ilusiones y corrompió lo que alguna vez fueron sus patrias.

El libre mercado necesita de la violencia como la vida necesita del oxígeno. A más libre mercado más violencia. Todas las reformas neoliberales del crecimiento económico han sido impuestas y se mantienen desde la violencia. La violencia asume el formato de la política como una extensión de la guerra, y ésta como una condición hobbesiana de existencia. El desarrollo y el crecimiento económico fragmentan al hombre de su sociedad y lo inscriben en una relación marcada, precisamente, por la violencia. La libertad de los mercados implica cárceles, persecución, terrorismo de Estado, torturas, genocidios, impunidad, guerra contra los pobres. El crecimiento económico es violento por naturaleza. Generar violencia y administrarla políticamente, bajo una cobertura de democracia, ha sido uno de los desafíos más importantes del neoliberalismo. El concepto neoliberal que permitió la domesticación de la política, incluido el sometimiento de la democracia a las coordenadas del mercado, ha sido aquel del Estado de derecho, el que ciegamente y de manera simplista solemos defender.

¿CUANDO LLEGARÁ LA ESPERANZA Y EL CAMBIO ANUNCIADO?

Imitadores históricos de lo norteamericano, de lo chino, de lo español y mexicano, todo lo hacemos “hechizo”, lo hacemos “pacota” a como salga, al fin que es para indios. Como decía un sastre que veía fallas serias en el pantalón “¡ay se va!”; “otro día lo haré bien”, son nuestros lemas.

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*tomado del blog El-Salvador

Los medios de publicidad hablan de “más burocracia en el gobierno”, de “privilegios” y de “transparencia sin transparencia”, pues “aún no se rinde cuentas y retrasa la aprobación de la ley de transparencia y acceso a la información”. Desde luego, debe analizarse a profundidad la campaña mediática, los objetivos perseguidos y el trasfondo del asunto. Los grupos oligárquicos a pesar de que “sus inversiones” y sus “negocios” y “arreglos financieros” locales e internacionales, no corren ningún peligro, siempre mantienen el dedo en el renglón y advierten sobre “el peligro que afronta la democracia y las libertades con un partido como el FMLN”.

Políticamente pensamos que todo quinquenio por venir, sobre todo con una corriente de pensamiento supuestamente distinta, sería mejor que los pasados. Creemos en la Divina Providencia con los colores azul y blanco, en la sonoridad y contenido de nuestro Himno Nacional, en la sustancia de la Constitución, en los Códigos Penal, Procesal Penal, el de Familia y en la Ley del Menor Infractor. Suponemos que “el cargo hace al hombre” y no a la inversa. Con todo, después de diez meses de estrenado el nuevo régimen, nos asombramos con hechos y circunstancias lamentables, tristes, penosas.

No podemos, por ejemplo, aplaudir el apoyo irrestricto que se brinda a las transnacionales de la telefonía fija y celular, a los fabricantes y grandes importadores de medicamentos éticos y genéricos, la protección incalificable a los agentes y responsables de actos de corrupción cometidos contra el pueblo salvadoreño, casos que en su oportunidad hemos documentado seriamente; el ceder a la presión de los “grandes” empresarios para no aumentar el impuesto a las bebidas alcohólicas, sobre todo a la cerveza, el permitir que funcionarios areneros sigan copando altos y estratégicos cargos en el gobierno, el aceptar compromisos de política exterior para “complacer” a los Estados Unidos. Y podíamos seguir con la letanía y lista interminable de tantos casos que con toda razón preocupan a los que votaron por el cambio y la esperanza.

Hay algunas señales de intentar corregir, de enmendar la plana. La destitución del Viceministro de Turismo, Mauricio Oñate, para el caso, es una medida de sana administración, pues se trata de un militante confeso de Arena y una persona intrigante, que precisamente conspiraba para crearle problemas al actual Ministro de Turismo, José Napoleón Duarte h. y de paso quedarse con el puesto; pero hay otros siniestros personajes, como el incapaz Edgar Mejía, arenero rematado, funcionario de todos los gobiernos anteriores de este partido, que se mantiene como Presidente del Instituto Salvadoreño de Fomento Cooperativo (INSAFOCOP). También hay muchas plazas más en los Ministerios de Obras Públicas, Gobernación, Justicia y Seguridad Pública, Salud Pública y el Seguro Social, muchas de ellas de gerentes y asesores, que no han sido “tocadas” porque hay fuerzas poderosas que interceden por ellos.

¿Cómo puede la población estar tranquila, si únicamente se procede a eliminar a una o dos personas, pues cuando llegan a hacer determinadas diligencias a uno u otro Ministerio u oficina pública se encuentran con las mismas caras e iguales nombres? Con todo seguimos creyendo en las “inauguraciones” de obras que endulzan el paladar de la gente; en tímidas entregas de títulos de propiedad de parcelas, sin acometer el fondo de la problemática agraria, con toda esa repulsiva tenencia de la tierra y todavía ofensivas extensiones de tierras que al final terminarán siendo lotificadas; en proyectos elaborados para continuarlos en 15 años más, entre ellos Centrales Hidroeléctricas, carreteras, puertos y aeropuertos; en frases abstractas que nosotros vemos concretas, en honradeces que no coteja la Ley de Responsabilidades o de Ética Gubernamental; en eficacias juveniles inexistentes y solamente suponibles “porque la juventud lo puede todo”. Una calva y una barba de viejos nos dan idea de experiencia. Una placa de diputado, superioridad; un título de licenciado o de doctor, preparación.

Amamos el símbolo, la ilusión, la sombra, el fantasma o la definición más que la realidad. Creemos cumplir santiguándonos o haciendo el saludo a la bandera o recitando la oración a la patria. Prendemos la vela al santo, hacemos la cruz del voto, llevamos la imagen de San Cristóbal en el carro; pero descuidamos las virtudes cívicas o religiosas y somos cafres conduciendo. Lo hemos visto con el trigésimo aniversario de la muerte de monseñor Romero, lo estamos viendo con la celebración de la Semana Santa. Lo mismo adulamos o criticamos al gobierno que nos sometemos alegres y optimistas al credo religioso. Como decía en su programa de televisión el comediante mexicano Héctor Lechuga. ¿Qué nos pasa?.

Somos llamarada de tuza, comienzo de todo, maestros de la nada y hacedores de “cualquier cosa”: los sabelotodo, los vende lo todo, los come lo todo, como escribe en el Poema de Amor, nuestro máximo poeta Roque Dalton. Construimos el puerto marítimo más moderno de Centro América y sus instalaciones se oxidan, se gastan miles de dólares en su mantenimiento diario, mientras se continúan haciendo proyectos, haciendo castillos en el aire y buscando operadores internacionales. Menos mal que el presidente de la CEPA, Guillermo Suárez recién acaba de decir que el Estado asumirá la responsabilidad de administrarlo. Esa obra como tantas otras, se ha ido por los tajos de la historia económica, con ella nuestra autenticidad en el trabajo, nuestra peculiar naturaleza. Imitadores históricos de lo norteamericano, de lo chino, de lo español y mexicano, todo lo hacemos “hechizo”, lo hacemos “pacota” a como salga, al fin que es para indios. Como decía un sastre que veía fallas serias en el pantalón “¡ay se va!”; “otro día lo haré bien”, son nuestros lemas.

El mismo titular de Gobernación confesó públicamente que un puesto de confianza en esa Secretaría de Estado, era ocupado ni más ni menos que por un hermano del “asesino sicópata”, Roberto D´Abuisson. ¿Cómo lo justificó? Explicando que “si el empleado cumple fielmente y con capacidad sus funciones, pues continuará en el puesto”. No hay derecho, sobre todo cuando por más de veinte años militantes del FMLN han tenido paciencia para esperar por una oportunidad de trabajo. Profesionales distinguidos, técnicos con estudios superiores, haciendo cola para ingresar al servicio en el Estado. Pero con esas muestras de “aprecio” y de “dignidad” al trabajo expresada por el señor Ministro de Gobernación, todos los areneros, y ratas del mismo piñal, pueden sentirse tranquilos, pues éste es un gobierno de la auténtica meritocracia.

En fin, porque nos hacemos tontos con las palabras. Con sólo decirlas ya suponemos que son realidad. Lo que queremos lo vemos cercano, pero muy poco o nada hacemos para atraparlo. Sobre todo cuando hay altos funcionarios velando el sueño del enemigo, del acérrimo rival político. Somos adoradores del mesianismo y de la profecía. Víctimas del pasado, queremos cambio de algo que no hemos consolidado. Nos morimos sin ser y lo único que hemos sido es flojos de la construcción de sí mismos; suplantadores de la realidad por la ficción y esperanzados perpetuos de que se nos dé, en el más allá, lo que en el más acá nos ha faltado. Sigamos creyendo en la palabra de la eternidad, de un mundo mejor, anunciado por pastores mercantilistas. Al fin y al cabo queda la esperanza, todavía no remota, de alcanzar el sueño americano.

LA CRISIS DE LA POLITICA

En nuestro país los presidentes de ARENA se comportaron como si se les hubiera entregado el poder para usufructo personal, como su patrimonio. El presidente actual, ya desde la campaña electoral, manifestó justamente esta actitud repetidas veces. Una vez en funciones, su actitud no ha cambiado de forma, ni de contenido. Se comporta como el dueño del poder.

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*por Carlos Abrego del blog Cosas Tan Pasajeras

Meterse en política. Hacer política. El diccionario académico en internet nos da varias definiciones de la palabra ‘política’. Más abajo las voy a copiar y comentar. En ninguna de ellas se advierte algún rasgo que permita tener una actitud negativa respecto a esta actividad, ni contienen alguna apreciación despectiva. Sin embargo en muchas sociedades cuando se habla de los políticos (de las personas que se “meten en política”) con mucha frecuencia se hace en tono reprensivo. En nuestro país muy seguido hay llamados a no politizar algún problema, en casos que conciernen a la sociedad entera, que incumben a muchas personas.

Entiendo que lo que se pretende con esto de “no politizar”, no se refiere directamente a la política como actividad social, sino que se quiere prevenir del aprovechamiento del “caso” por alguno de los partidos políticos o por alguna persona con pretensiones políticas. Me llamó mucho la atención un reciente llamado a no politizar la memoria de Monseñor Oscar Arnulfo Romero por temor a que no sea beatificado, porque eso puede obstruir el proceso de canonización. No quiero por el momento extenderme sobre este caso particular, simplemente de pasada señalo que la permanente presencia del prelado en la memoria y en el corazón de los salvadoreños es un hecho eminentemente político, derivado de las posiciones en defensa de los más pobres que tuvo el arzobispo salvadoreño. Sus amigos y sus enemigos (los tuvo y los sigue teniendo) supieron valorar de manera diametralmente opuesta su manera de encarar su misión pastoral.

Volviendo al tema, este tono despectivo, reprensivo no es neutro. En cierto sentido tiene una valoración moral: lo político, la actividad política se asocia con la ambición, con el egoismo, con las intrigas, con la ausencia de reales convicciones. Los principios, las convicciones se enarbolan simplemente para ocultar oscuras ambiciones personales o partidarias. La política se asocia a la mentira, al engaño, a la hipocresía, se trata de algo moralmente sucio.

¿Esta visión tiene su fundamento? Lamentablemente es imposible negarle bases reales a este implacable punto de vista. El fraude, el robo, las malversaciones que producen enriquecimientos ilícitos son corrientes y no obedecen al interés social. En muchas ocasiones han ocurrido asesinatos ligados a la actividad política. No me refiero aquí al asesinato originado por la represión, sino por rivalidades de intereses que suceden incluso entre personas del mismo campo político, entre miembros del mismo partido.

La cuestión que se plantea socialmente es la siguiente: ¿la amoralidad es un atributo obligatorio, inherente de la actividad política? La respuesta a esta pregunta tiene repercusiones inmediatas en la vida social de las comunidades. Es innegable la importancia de la respuesta que se dé a la pregunta, al mismo tiempo responder implica asimismo una toma de partido moral y político. Por ello que sugiero que el tono reprensivo no es neutro, ni tampoco transparente o motivado exclusivamente por los hechos inmorales que he señalado. Esta actitud negativa es también inculcada, basándose evidentemente en los rasgos negativos aludidos, pero que persigue al mismo tiempo mantener alejados de los asuntos políticos a las mayorías. Esta actitud permite darle al asunto político el carácter fatal de la deshonestidad. Es por eso que se dice ya casi como un aforismo que “el poder corrumpe”. Si el “poder” corrompe, el corrompido es una víctima de las circunstancias.

Crisis global

La crisis actual de la sociedad capitalista es global, abarca todos los aspectos de la actividad social. No debe extrañarnos que la política sufra también las consecuencias de la crisis. Es por ello que es urgente analizar los aspectos políticos de la crisis del capitalismo. Arriba me referí a la definición que da el diccionario académico, se trata de definiciones de la palabra, sin entrar en detalles, ni darnos el concepto que se usa en las ciencias sociales. En la economía lexicográfica, los académicos han decidido darnos tres definiciones distintas, separadas. Estas separaciones tienen su explicación ideológica y no realmente semánticas. La primera definición tal cual aparece pudiera presentarse como la parte noble de la política y al mismo tiempo la más abstracta (teórica). El diccionario dice que “política” es “Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”. Cada uno de los sustantivos iniciales de la definición nos conducen hacia campos y actitudes diferentes, con distintas valoraciones. La palabra ‘arte’, por ejemplo, nos indica cierta pericia que se puede adquirir, pero que también se puede tratar de una predisposición, de un don. Al mismo tiempo podemos ligar el arte a la maña, a la astucia. Es precisamente esto último, lo que retienen sobre todo algunas personas de las doctrinas políticas de Maquiavelo.

La que he empleado para referirme al filósofo italiano, ‘doctrina’ implica una actividad intelectual que puede estar separada de la práctica, no es obligatorio, el mismo Maquiavelo es un ejemplo de un político activo y teórico. Doctrina implica ciencia, sabiduría, enseñanza. Al contrario “opinión” tiene la desventaja de recoger los aspectos negativos de la subjetividad.

La segunda definición se refiere a lo que en primer lugar tenemos presente en nuestra mente cuando hablamos de política: “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”. Por supuesto que estas personas tienen su arte, su propia doctrina y opinión sobre la política y las aplican en su gestión de los asuntos del Estado. Hay que señalar que esta definición enuncia claramente el principal punto, el aspecto fundamental de la política: “regir los asuntos públicos”.

Los académicos nos ofrecen otra definición de “política”: “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. El ciudadano, el común de los mortales, don Juan de los Palotes no tiene arte, ni doctrina políticas, según los académicos apenas pueden intervenir “con su opinión”. Pero además su intervención no es permanente y lo hacen cuando opinan, cuando votan. Esto limita enormemente la actividad de los ciudadanos (prefiero el plural, la metonimia se presta a muchos equívocos). No obstante la definición académica es abierta, pues a la opinión, al voto han agregado un indefinido “o de cualquier otro modo”. Esto me parece capital, pero sobre esto voy a volver más tarde, adelanto que en este “cualquier otro modo” se centra la posibilidad de la resolución, de la superación de la crisis de la política.

Una de las manifestaciones de la crisis de la política es la pérdida de confianza de los ciudadanos en la actividad de los políticos. Esta desconfianza se ha manifestado de manera creciente en el desinterés que muestran los electores en su participación en las elecciones. En la ideología de la democracia burguesa, uno de los principales pilares es justamente el sufragio, que empezó siendo limitado a los que pagaban mayores impuestos, a los que pertenecían a las clases dominantes y sus allegados. Poco a poco se fueron ampliando las capas sociales que tenía derecho a emitir sus votos, hasta llegar por último al voto femenino y volverlo universal. El voto es la justificación de la actividad de los políticos, es en el sufragio de donde la democracia representativa obtiene su legitimidad. El voto es un momento central, es el rito por el cual los ciudadanos delegan el poder a los políticos. La pérdida de confianza en este acto, además de debilitar la confianza y disminuir la legitimidad del poder político, deja cada vez más al descubierto el inmenso hiato existente entre los ciudadanos y sus representantes. Más allá del incumplimiento de las promesas proferidas durante las campañas electorales, se trata de las consecuencias en la vida real y cotidiana que tienen las decisiones económicas y políticas.

La crisis del sufragio, momento crucial de la democracia burguesa, ha venido a manifestar claramente el carácter clasista del Estado. No todos los ciudadanos tienen el mismo nivel de consciencia de este hecho, no obstante la crisis económica obliga a los políticos a tomar decisiones que entran en conflicto con el interés común. Otro pilar de la ideología de la dominación burguesa es que el Estado es el garante del interés común, que es el organismo que vela por los intereses de toda la nación. Es por esto mismo que el tema de la unidad nacional es recurrente en los momentos de crisis política. No crean que este tema es un invento de Mauricio Funes, lo han usado los presidentes anteriores del partido ARENA, lo usan los presidentes de otros países como Italia, Francia, Alemania, España, los Estados Unidos, etc. Se trata de un tema común a las clases dominantes y a sus representantes.

Al mismo tiempo este desaliento, esta pérdida de confianza, esta apatía, este sentimiento de sentirse abandonados de los políticos por parte de los ciudadanos, casi como una sorprendente paradoja, se acompaña con el surgimiento de nuevas y profundas aspiraciones participativas. La puesta en duda de la eficacidad de la delegación del poder, de la falta de control de las decisiones gubernamentales, la imposibilidad de influir en esas mismas decisiones una vez pasado el voto, ha ido creando en la ciudadanía la ambición de cambiar, de transformar los mecanismos mismos de la toma de decisiones. Es por ello que las aspiraciones participativas por lo general son matadas en el huevo mismo.

La gente se da cuenta cada vez más que los políticos no se sienten los representates del pueblo, que no consideran sus funciones como una delegación del poder popular. Los políticos mismos han interiorizado el sentimiento de sentirse los detentores genuinos del poder y apenas si recurren al sufragio como a una simple ceremonia, como a una simple formalidad.

La crisis de la política salvadoreña

En nuestro país los presidentes de ARENA se comportaron como si se les hubiera entregado el poder para usufructo personal, como su patrimonio. Las clases dominantes soportaron esta conducta, porque al mismo tiempo ellas podían seguir beneficiando de los favores del Estado y seguir comportándose como los dueños de El Salvador. El presidente actual, ya desde la campaña electoral, manifestó justamente esta actitud repetidas veces. Sus repetidas afirmaciones en que era él, Mauricio Funes, el que iba a decidir en última instancia, relegando a su propio partido, a los miembros de su gobierno, a sus consejeros a un papel más que subalterno respecto al poder que iba a recibir. Una vez en funciones, su actitud no ha cambiado de forma, ni de contenido. Se comporta como el dueño del poder.

Para los que hayan olvidado un hecho significativo, las proposiciones de las mesas consultativas organizadas por el FMLN, dijo el candidato Funes que iban a ser “insumos” para la reflexión de su equipo. A esas mesas se supone que acudía la gente del pueblo, la que iba a votar por él, es decir, la que le iba a confiar su poder, no dárselo en propiedad. ¿Pero por qué Mauricio Funes iba a conducirse de otra manera? ¿Acaso los políticos, los dirigentes del FMLN no practican también la política de la misma manera? ¿Acaso las negociaciones que llevaron a cabo con Funes, no eran muestra de esta misma ideología? El secretismo es parte de la política burguesa, otro de sus pilares.

La crisis de la política salvadoreña es palpable. Las declaraciones del Sánchez Cerén y de Medardo González en los festejos del primer aniversario de la elección presidencial, las declaraciones de diversos dirigentes en las celebraciones del aniversario del PCS, las declaraciones en México de Medardo González muestran que es necesario buscar una salida al disfuncionamiento político. Pero la crisis se manifiesta también en la restructuración de los partidos de derecha, en sus conflictos, en su indecisión, en sus dudas. La crisis se manifiesta en la actividad parlamentaria, en la tardanza en tomar decisiones para elegir a funcionarios como el Fiscal General, los miembros de otros organismos judiciales del Estado.

Pero la principal manifestación de la crisis política es precisamente en que todo esto puede conducir a manifestaciones violentas. Los ciudadanos han visto que sus aspiraciones son burladas, que nadie asume la responsabilidad de resolver sus problemas más sentidos. Pareciera que la “gestión de los asuntos públicos” no lleva a la satisfacción de sus demandas.

Esto es justamente lo que dice el diccionario académico, cuando afirma que “el ciudadano interviene en los asuntos públicos... de cualquier otro modo”, además del voto y la emisión de opiniones. Todas las pretendidas reformas del Estado han llevado a lo mismo, a callejones sin salida. La resolución de la crisis política reside en encontrar esos “otros modos” de intervención popular. ¿A quién le corresponde buscarlos? Por supuesto que a los ciudadanos.

Pero en esto hay que tener cuidado como formulamos las cosas. Si he puesto en entredicho el discurso de la “unidad nacional”, no me voy a referir a los ciudadanos como si todos tuvieran los mismos intereses. Para muchos la crisis tal cual se manifiesta les conviene. En algunos países las clases dirigentes buscan precisamente la despolitización de la población. En los Estados Unidos, que se erige en el paladín de la Democracia, la abstención es una vieja y muy enraizada tradición, los inscritos en las listas electorales son una minoría y los que acuden a las urnas son aún menos. No obstante las temporadas electorales son espectáculos circenses que entusiasman al “populacho” como los gladiadores a la plebe romana. En muchos países europeos se busca eso mismo, un bipartidismo estéril y la ausencia del pueblo en el ejercicio político. Este es el peligro. Esta apatía conduce fácilmente a la marginación social de amplias capas de la población. La dominación de la burguesía se ve facilitada por este fenómeno de desisterés en los “asuntos públicos” por parte de los más necesitados.

Es por esto que es necesario buscar esos “otros modos” de intervención popular, pero que no aparten del voto. Pero debe tratarse de un voto con mayor consciencia política, por programas elaborados no por equipos en reuniones secretas, sino que programas ampliamente deliberados por los ciudadanos, en reuniones públicas. Los candidatos a cualquier función debe saber que se trata de una delegación. Esos “otros modos” deben tener sus propias instancias, sus propias reglas, instancias y reglas instauradas por los mismos ciudadanos, de manera transparente y profundamente democráticas. Porque la crisis de la política va aparejada por ese surgimiento de aspiraciones nuevas. ¿Qué papel puede jugar en esto el partido político?

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