En nuestro país los presidentes de ARENA se comportaron como si se les hubiera entregado el poder para usufructo personal, como su patrimonio. El presidente actual, ya desde la campaña electoral, manifestó justamente esta actitud repetidas veces. Una vez en funciones, su actitud no ha cambiado de forma, ni de contenido. Se comporta como el dueño del poder.
*por Carlos Abrego del blog Cosas Tan Pasajeras
Meterse en política. Hacer política. El diccionario académico en internet nos da varias definiciones de la palabra ‘política’. Más abajo las voy a copiar y comentar. En ninguna de ellas se advierte algún rasgo que permita tener una actitud negativa respecto a esta actividad, ni contienen alguna apreciación despectiva. Sin embargo en muchas sociedades cuando se habla de los políticos (de las personas que se “meten en política”) con mucha frecuencia se hace en tono reprensivo. En nuestro país muy seguido hay llamados a no politizar algún problema, en casos que conciernen a la sociedad entera, que incumben a muchas personas.
Entiendo que lo que se pretende con esto de “no politizar”, no se refiere directamente a la política como actividad social, sino que se quiere prevenir del aprovechamiento del “caso” por alguno de los partidos políticos o por alguna persona con pretensiones políticas. Me llamó mucho la atención un reciente llamado a no politizar la memoria de Monseñor Oscar Arnulfo Romero por temor a que no sea beatificado, porque eso puede obstruir el proceso de canonización. No quiero por el momento extenderme sobre este caso particular, simplemente de pasada señalo que la permanente presencia del prelado en la memoria y en el corazón de los salvadoreños es un hecho eminentemente político, derivado de las posiciones en defensa de los más pobres que tuvo el arzobispo salvadoreño. Sus amigos y sus enemigos (los tuvo y los sigue teniendo) supieron valorar de manera diametralmente opuesta su manera de encarar su misión pastoral.
Volviendo al tema, este tono despectivo, reprensivo no es neutro. En cierto sentido tiene una valoración moral: lo político, la actividad política se asocia con la ambición, con el egoismo, con las intrigas, con la ausencia de reales convicciones. Los principios, las convicciones se enarbolan simplemente para ocultar oscuras ambiciones personales o partidarias. La política se asocia a la mentira, al engaño, a la hipocresía, se trata de algo moralmente sucio.
¿Esta visión tiene su fundamento? Lamentablemente es imposible negarle bases reales a este implacable punto de vista. El fraude, el robo, las malversaciones que producen enriquecimientos ilícitos son corrientes y no obedecen al interés social. En muchas ocasiones han ocurrido asesinatos ligados a la actividad política. No me refiero aquí al asesinato originado por la represión, sino por rivalidades de intereses que suceden incluso entre personas del mismo campo político, entre miembros del mismo partido.
La cuestión que se plantea socialmente es la siguiente: ¿la amoralidad es un atributo obligatorio, inherente de la actividad política? La respuesta a esta pregunta tiene repercusiones inmediatas en la vida social de las comunidades. Es innegable la importancia de la respuesta que se dé a la pregunta, al mismo tiempo responder implica asimismo una toma de partido moral y político. Por ello que sugiero que el tono reprensivo no es neutro, ni tampoco transparente o motivado exclusivamente por los hechos inmorales que he señalado. Esta actitud negativa es también inculcada, basándose evidentemente en los rasgos negativos aludidos, pero que persigue al mismo tiempo mantener alejados de los asuntos políticos a las mayorías. Esta actitud permite darle al asunto político el carácter fatal de la deshonestidad. Es por eso que se dice ya casi como un aforismo que “el poder corrumpe”. Si el “poder” corrompe, el corrompido es una víctima de las circunstancias.
Crisis global
La crisis actual de la sociedad capitalista es global, abarca todos los aspectos de la actividad social. No debe extrañarnos que la política sufra también las consecuencias de la crisis. Es por ello que es urgente analizar los aspectos políticos de la crisis del capitalismo. Arriba me referí a la definición que da el diccionario académico, se trata de definiciones de la palabra, sin entrar en detalles, ni darnos el concepto que se usa en las ciencias sociales. En la economía lexicográfica, los académicos han decidido darnos tres definiciones distintas, separadas. Estas separaciones tienen su explicación ideológica y no realmente semánticas. La primera definición tal cual aparece pudiera presentarse como la parte noble de la política y al mismo tiempo la más abstracta (teórica). El diccionario dice que “política” es “Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”. Cada uno de los sustantivos iniciales de la definición nos conducen hacia campos y actitudes diferentes, con distintas valoraciones. La palabra ‘arte’, por ejemplo, nos indica cierta pericia que se puede adquirir, pero que también se puede tratar de una predisposición, de un don. Al mismo tiempo podemos ligar el arte a la maña, a la astucia. Es precisamente esto último, lo que retienen sobre todo algunas personas de las doctrinas políticas de Maquiavelo.
La que he empleado para referirme al filósofo italiano, ‘doctrina’ implica una actividad intelectual que puede estar separada de la práctica, no es obligatorio, el mismo Maquiavelo es un ejemplo de un político activo y teórico. Doctrina implica ciencia, sabiduría, enseñanza. Al contrario “opinión” tiene la desventaja de recoger los aspectos negativos de la subjetividad.
La segunda definición se refiere a lo que en primer lugar tenemos presente en nuestra mente cuando hablamos de política: “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”. Por supuesto que estas personas tienen su arte, su propia doctrina y opinión sobre la política y las aplican en su gestión de los asuntos del Estado. Hay que señalar que esta definición enuncia claramente el principal punto, el aspecto fundamental de la política: “regir los asuntos públicos”.
Los académicos nos ofrecen otra definición de “política”: “Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. El ciudadano, el común de los mortales, don Juan de los Palotes no tiene arte, ni doctrina políticas, según los académicos apenas pueden intervenir “con su opinión”. Pero además su intervención no es permanente y lo hacen cuando opinan, cuando votan. Esto limita enormemente la actividad de los ciudadanos (prefiero el plural, la metonimia se presta a muchos equívocos). No obstante la definición académica es abierta, pues a la opinión, al voto han agregado un indefinido “o de cualquier otro modo”. Esto me parece capital, pero sobre esto voy a volver más tarde, adelanto que en este “cualquier otro modo” se centra la posibilidad de la resolución, de la superación de la crisis de la política.
Una de las manifestaciones de la crisis de la política es la pérdida de confianza de los ciudadanos en la actividad de los políticos. Esta desconfianza se ha manifestado de manera creciente en el desinterés que muestran los electores en su participación en las elecciones. En la ideología de la democracia burguesa, uno de los principales pilares es justamente el sufragio, que empezó siendo limitado a los que pagaban mayores impuestos, a los que pertenecían a las clases dominantes y sus allegados. Poco a poco se fueron ampliando las capas sociales que tenía derecho a emitir sus votos, hasta llegar por último al voto femenino y volverlo universal. El voto es la justificación de la actividad de los políticos, es en el sufragio de donde la democracia representativa obtiene su legitimidad. El voto es un momento central, es el rito por el cual los ciudadanos delegan el poder a los políticos. La pérdida de confianza en este acto, además de debilitar la confianza y disminuir la legitimidad del poder político, deja cada vez más al descubierto el inmenso hiato existente entre los ciudadanos y sus representantes. Más allá del incumplimiento de las promesas proferidas durante las campañas electorales, se trata de las consecuencias en la vida real y cotidiana que tienen las decisiones económicas y políticas.
La crisis del sufragio, momento crucial de la democracia burguesa, ha venido a manifestar claramente el carácter clasista del Estado. No todos los ciudadanos tienen el mismo nivel de consciencia de este hecho, no obstante la crisis económica obliga a los políticos a tomar decisiones que entran en conflicto con el interés común. Otro pilar de la ideología de la dominación burguesa es que el Estado es el garante del interés común, que es el organismo que vela por los intereses de toda la nación. Es por esto mismo que el tema de la unidad nacional es recurrente en los momentos de crisis política. No crean que este tema es un invento de Mauricio Funes, lo han usado los presidentes anteriores del partido ARENA, lo usan los presidentes de otros países como Italia, Francia, Alemania, España, los Estados Unidos, etc. Se trata de un tema común a las clases dominantes y a sus representantes.
Al mismo tiempo este desaliento, esta pérdida de confianza, esta apatía, este sentimiento de sentirse abandonados de los políticos por parte de los ciudadanos, casi como una sorprendente paradoja, se acompaña con el surgimiento de nuevas y profundas aspiraciones participativas. La puesta en duda de la eficacidad de la delegación del poder, de la falta de control de las decisiones gubernamentales, la imposibilidad de influir en esas mismas decisiones una vez pasado el voto, ha ido creando en la ciudadanía la ambición de cambiar, de transformar los mecanismos mismos de la toma de decisiones. Es por ello que las aspiraciones participativas por lo general son matadas en el huevo mismo.
La gente se da cuenta cada vez más que los políticos no se sienten los representates del pueblo, que no consideran sus funciones como una delegación del poder popular. Los políticos mismos han interiorizado el sentimiento de sentirse los detentores genuinos del poder y apenas si recurren al sufragio como a una simple ceremonia, como a una simple formalidad.
La crisis de la política salvadoreña
En nuestro país los presidentes de ARENA se comportaron como si se les hubiera entregado el poder para usufructo personal, como su patrimonio. Las clases dominantes soportaron esta conducta, porque al mismo tiempo ellas podían seguir beneficiando de los favores del Estado y seguir comportándose como los dueños de El Salvador. El presidente actual, ya desde la campaña electoral, manifestó justamente esta actitud repetidas veces. Sus repetidas afirmaciones en que era él, Mauricio Funes, el que iba a decidir en última instancia, relegando a su propio partido, a los miembros de su gobierno, a sus consejeros a un papel más que subalterno respecto al poder que iba a recibir. Una vez en funciones, su actitud no ha cambiado de forma, ni de contenido. Se comporta como el dueño del poder.
Para los que hayan olvidado un hecho significativo, las proposiciones de las mesas consultativas organizadas por el FMLN, dijo el candidato Funes que iban a ser “insumos” para la reflexión de su equipo. A esas mesas se supone que acudía la gente del pueblo, la que iba a votar por él, es decir, la que le iba a confiar su poder, no dárselo en propiedad. ¿Pero por qué Mauricio Funes iba a conducirse de otra manera? ¿Acaso los políticos, los dirigentes del FMLN no practican también la política de la misma manera? ¿Acaso las negociaciones que llevaron a cabo con Funes, no eran muestra de esta misma ideología? El secretismo es parte de la política burguesa, otro de sus pilares.
La crisis de la política salvadoreña es palpable. Las declaraciones del Sánchez Cerén y de Medardo González en los festejos del primer aniversario de la elección presidencial, las declaraciones de diversos dirigentes en las celebraciones del aniversario del PCS, las declaraciones en México de Medardo González muestran que es necesario buscar una salida al disfuncionamiento político. Pero la crisis se manifiesta también en la restructuración de los partidos de derecha, en sus conflictos, en su indecisión, en sus dudas. La crisis se manifiesta en la actividad parlamentaria, en la tardanza en tomar decisiones para elegir a funcionarios como el Fiscal General, los miembros de otros organismos judiciales del Estado.
Pero la principal manifestación de la crisis política es precisamente en que todo esto puede conducir a manifestaciones violentas. Los ciudadanos han visto que sus aspiraciones son burladas, que nadie asume la responsabilidad de resolver sus problemas más sentidos. Pareciera que la “gestión de los asuntos públicos” no lleva a la satisfacción de sus demandas.
Esto es justamente lo que dice el diccionario académico, cuando afirma que “el ciudadano interviene en los asuntos públicos... de cualquier otro modo”, además del voto y la emisión de opiniones. Todas las pretendidas reformas del Estado han llevado a lo mismo, a callejones sin salida. La resolución de la crisis política reside en encontrar esos “otros modos” de intervención popular. ¿A quién le corresponde buscarlos? Por supuesto que a los ciudadanos.
Pero en esto hay que tener cuidado como formulamos las cosas. Si he puesto en entredicho el discurso de la “unidad nacional”, no me voy a referir a los ciudadanos como si todos tuvieran los mismos intereses. Para muchos la crisis tal cual se manifiesta les conviene. En algunos países las clases dirigentes buscan precisamente la despolitización de la población. En los Estados Unidos, que se erige en el paladín de la Democracia, la abstención es una vieja y muy enraizada tradición, los inscritos en las listas electorales son una minoría y los que acuden a las urnas son aún menos. No obstante las temporadas electorales son espectáculos circenses que entusiasman al “populacho” como los gladiadores a la plebe romana. En muchos países europeos se busca eso mismo, un bipartidismo estéril y la ausencia del pueblo en el ejercicio político. Este es el peligro. Esta apatía conduce fácilmente a la marginación social de amplias capas de la población. La dominación de la burguesía se ve facilitada por este fenómeno de desisterés en los “asuntos públicos” por parte de los más necesitados.
Es por esto que es necesario buscar esos “otros modos” de intervención popular, pero que no aparten del voto. Pero debe tratarse de un voto con mayor consciencia política, por programas elaborados no por equipos en reuniones secretas, sino que programas ampliamente deliberados por los ciudadanos, en reuniones públicas. Los candidatos a cualquier función debe saber que se trata de una delegación. Esos “otros modos” deben tener sus propias instancias, sus propias reglas, instancias y reglas instauradas por los mismos ciudadanos, de manera transparente y profundamente democráticas. Porque la crisis de la política va aparejada por ese surgimiento de aspiraciones nuevas. ¿Qué papel puede jugar en esto el partido político?