¿Se vale soñar? Claro... El sueño es parte del tiempo como la esperanza y la vida.
*opinión editorial ContraPunto
El tiempo pasa implacable; el tiempo es terco: no se detiene. Todo cambia, nada es estático. Nada es igual a lo de ayer...
En El Salvador, el tiempo ha pasado. Hace 20 años estábamos en guerra. Los más, se quedaron sin oportunidad de moverse de sus tierras y de sus casas, esperando “lo que Dios mandara”. Murieron hijos, madres, padres, hermanos, tíos, sobrinos, primos, amigos y enemigos. Unos en combates, otros en masacres, otros en fuegos cruzados.
Otros se fueron huyendo de la muerte y poblaron confines inhóspitos en Canadá, en Estados Unidos, en Australia... Maldito destierro que dejó a miles, decenas de miles, centenares de miles, millones con el castigo de la nostalgia de un futuro soñado que nunca fue. El país aquel ya no existe.
¿Se vale soñar? Claro... El sueño es parte del tiempo como la esperanza y la vida. Con esperanza y vida debemos reconstruir la patria y nuestras propias vidas.
En El Salvador se estableció la creencia que nada iba a cambiar nunca o que todo cambiaría del todo y para siempre.
Ese muro ha sido demolido por la realidad vigente. El Salvador, dentro del mundo, está asentando los pies sobre la realidad terrenal.
Hay urgencias que no se pueden relegar por más tiempo: la pobreza histórica, la violencia delincuencial que masacra a diario. Organizar tras el desorden no debe ser fácil, pero hay que empujar el carro.
Cada quien debe aportar al cambio para que el tiempo tenga sentido. Lamentarnos que el tiempo pasa y que nos vamos poniendo viejos es aceptar que nada podemos hacer, cuando hoy casi todo está por hacer...