*por Gabriel Gutierrez Gallardo para MedioLleno
El “Gobierno del cambio” fue la expresión que llevó al poder a Mauricio Funes y al FMLN. Lema que logró atraer un seguimiento de masas, pero que generó también grandes expectativas. Estas promesas al no ser cumplidas, comienzan a defraudar a la población salvadoreña. Si bien el presidente goza de una tasa de popularidad bastante elevada, poco se ha visto del llamado “cambio,” y pareciera que el apoyo comienza a tambalearse.
En realidad, las tasas de aprobación del actual gobierno comienzan a erosionarse porque los salvadoreños tienen un sentimiento de incertidumbre ante las indecisiones del Ejecutivo, proyectadas en varios aspectos. Primero, porque no se sabe quién manda, ¿el FMLN o Funes? Aunque prefiero no profundizar en este debate porque suficiente se ha hablado en los medios nacionales, y no existe una respuesta tajante. Lo que sí está claro es que la simple existencia del debate habla por si solo y crea un sentimiento de desconfianza en la población.
Además, aparte de esta dicotomía, hay otras cuestiones alarmantes que provocan incertidumbre. Los primeros indicios de la indecisión del Gobierno se percibieron a la hora de escoger los ministros antes de la toma de posesión y hubo mucha discusión en torno a la supuesta carencia de efectivos. El Presidente se vio en una gran dificultad para definir la totalidad del Gabinete y nombró a las últimas figuras pocas horas antes de asumir el poder.
Hoy, luego de nueve meses de rodaje, pareciera que el Gobierno todavía se cree en el primer mes: no hay ninguna línea directora de política nacional y siguen creando discursos y debates. Los salvadoreños están a la espera de un plan quinquenal en el cual se establezcan las grandes apuestas, objetivos y metas para los siguientes cinco años. No sólo los grandes inversionistas quieren conocer las líneas conductoras de una política que les dé seguridad jurídica y estabilidad económica, sino también las micro y pequeñas empresas esperan medidas que las protejan de la extorsión, el chantaje y la violencia.
Es justamente en el tema de la inseguridad donde el Gobierno se ve desbordado. El presidente ha atacado con parches y discursos este problema que azota a los salvadoreños: parches porque el hecho de sacar a la Fuerza Armada no es más que eso, y discursos porque sólo se ha contentado con decir que existe un Plan de seguridad. Pero, ¿adónde está el informe que muestra que el órgano castrense ha disminuido, o no, la violencia? ¿Adónde está el Plan de Seguridad que se anunció hace un mes? Es comprensible que no se quiera divulgar el plan para no alertar a los criminales, el problema es que no sólo se esconde este plan, sino que no se divulga nada concreto en ningún aspecto de la política nacional. A un Gobierno transparente se le dejaría el beneficio de la duda, pero es difícil creer en una administración obscura que carece de comunicación.
Según algunos, esta lentitud a la hora de la toma de decisiones se puede explicar por el célebre lema “sin prisa pero sin pausas.” No obstante, el Ejecutivo parece trabajar “sin prisa y con pausas.” Los ejemplos de indecisión abundan, siendo la economía y la inseguridad los temas faros. El hecho de nombrar al embajador en Estados Unidos, quizá el embajador más importante, nueve meses después de la toma de posesión es prueba de una alarmante falta de planeación. Además, Cancillería mostró una falta de conocimiento del protocolo diplomático ya que no se suele ascender al puesto de embajador a alguien que estaba trabajando en la misma sede, en este caso ascendiendo al Encargado de Negocios. Todo indica que la decisión tiene fundamentos ya que se ha nombrado a alguien con las credenciales necesarias, pero se pudo haber tomado antes y respetando las costumbres diplomáticas. Luego, hasta en el ámbito de la cultura se ve una anarquía ya que con la destitución de Breni Cuenca se dejó a la Secretaría de la Cultura en total acefalía durante un mes.
El problema de este Gobierno es que no existe una coherencia estructural, no dice hacia donde se dirige. Si el Gobierno definiera su ruta, los salvadoreños decidirían si lo siguen o no, si lo apoyan o lo critican. En definitiva, la falta de rumbo es desgraciadamente la constante de la actual administración. En lugar del Gobierno del cambio, es más bien la incertidumbre quién gobierna