¡UNETE YA!

12 mar 2010

LA PARADOJA EN LAS EXPECTATIVAS DEL “CAMBIO”

Lo que es necesario derribar y rehacer dentro de la institucionalidad del país para optar a un verdadero cambio.

greatExpectations

*Por Carlos Velásquez Carrillo (*)

Con nueve meses cumplidos, el gobierno del Presidente Funes escucha con creciente frecuencia e intensidad los reclamos de una ciudadanía que quiere el “cambio” sin más retraso. El ámbito de la seguridad ciudadana ha ocupado el lugar preponderante, pero también se escuchan las quejas sobre la falta de acción en el campo socioeconómico. Tiene razón el que reclama el cumplimiento de promesas hechas, pero dentro de este engranaje emocional se cuaja una inherente paradoja que debemos analizar con más cuidado.

En primer lugar, para que haya un verdadero cambio en el país, se debe comenzar por desmantelar las bases del poder oligárquico que ARENA, el partido fundado por los oligarcas para salvaguardar y avanzar sus intereses, construyó durante 20 años al frente del ejecutivo. Invariablemente, esto implicaría una revisión minuciosa de la economía política neoliberal implementada desde 1989, en su carácter de instrumento mediante el cual la reconfigurada oligarquía nacional (ya no cafetalera sino financiera) logró restablecer su dominio sobre la economía del país.

Pero aquí viene la paradoja: Mauricio Funes fue elegido por el pueblo salvadoreño precisamente porque NO prometió “tocarle los hue… al león”, ya que aparentemente esta juiciosa orientación mantenía el status quo, conservaba la confianza de los inversionistas y no pondría a El Salvador en la lista negra de las instituciones financieras internacionales.

Los 500,000 votos adicionales que consiguió el FMLN (si los sumamos al “voto duro” de 800,000) se pudieron conseguir porque la promesa de cambio era esencialmente cosmética y la ofrecía un candidato que contaba con altos niveles de aceptación. Además, la propuesta de cambio se planteó ante un rival desgastado y desacreditado en la gestión gubernamental.

Pero para que se realice el cambio que ahora se reclama, debe existir un plan de acción más certero y radical que toque los nervios del organismo de desigualdad y privilegios que reina en el país. Y hoy por hoy, eso no se va a dar, tal como se prometió en la campaña.

Se pueden dar pasos de cambio de otra índole, como el de enjuiciar y combatir la corrupción, hacer modestas inversiones en la educación y la salud, promover la muy importante y necesaria igualdad de género, y dinamizar la cultura nacional. Pero a pesar de que estas iniciativas son importantes, y representan en sí una dimensión del cambio, el núcleo del poder, que impide el cambio, se mantiene intacto.

El realizar un cambio sustancial requeriría de una tarea titánica, casi quimérica. En primer lugar, porque el estado salvadoreño, como un agente de cambio positivo y con responsabilidades en la sociedad, fue inhabilitado durante los 20 años de ARENA. Es decir, las capacidades proactivas y productivas del estado salvadoreño fueron transferidas a las fuerzas del supuesto mercado libre, y un estado sin capacidades no puede ni siquiera soñar con la posibilidad promover el cambio.

En segundo lugar, en El Salvador nunca se adoptó un sistema de libre mercado en la posguerra: se reprodujo un sistema de oligopolio donde los poderosos de siempre se agenciaron los sectores más importantes de la economía y la moldearon de acuerdo a sus intereses, por supuesto, usando al estado como su instrumento primordial, tanto para la promulgación de leyes afines como para garantizar su implementación. En este contexto, los intereses de los que mandan están inexorablemente opuestos a los que se podrían asumir como los objetivos del cambio. Ya advirtió uno que “Troya va arder”, y cuando se trata de sus intereses, esto va en serio.

Hagamos una breve reseña del “estado inhabilitado” que supuestamente ahora tiene que cumplir con el cambio:

1. Privatización de la economía: ARENA se dio a la tarea de privatizar todos los sectores estratégicos de la economía nacional, desde los bancos al comercio exterior, además de privatizar servicios básicos, y hasta las pensiones. Es decir, el estado no tiene opciones para maniobrar una gestión diferente en la economía ya que todos los sectores estratégicos están en manos privadas o foráneas

2. Sistema Tributario: ARENA creó el sistema tributario más regresivo de América Latina, donde los ricos no pagan nada y los pobres y la reducida clase media han sido castigados con el yugo tributario. Vimos la reacción furibunda que hubo por parte de la oligarquía y los empresarios a la tímida reforma que se acaba de aprobar. Sin una entrada tributaria fija y estable, el estado salvadoreño carece de los fondos para financiar el “cambio”. La política fiscal es, por ende, casi nula.

3. Dolarización: cuando la oligarquía financiera mandó a Paco Flores a dolarizar la economía, el estado salvadoreño perdió un arma esencial (la otra sería la política fiscal, que como vimos está maniatada) para maniobrar, es decir, su política monetaria. El Salvador depende de la Reserva de EE UU para determinar la política monetaria del país y fijar su tasa de interés.

4. Liberalización Comercial: con el libre comercio, se perdieron los aranceles y el estado dejó de percibir una entrada que no era nada despreciable. A su vez, El Salvador se convirtió en un país importador y los que se benefician del libre comercio son los importadores que no pagan impuestos en los productos que traen del exterior. Otro escape importante para la tesorería. En el 2008, El Salvador tuvo un déficit en la balanza comercial de 5 mil millones de dólares. ¿De dónde se saca el dinero para cubrir esa brecha?

5. Estado en bancarrota virtual: Dado que el estado salvadoreño ha sido despojado de sus principales instrumentos para percibir renta, no le ha quedado otra que endeudarse más para cubrir los déficits. La deuda pública total, hasta enero del 2010, era de de más de 11 mil millones de dólares. ¿Cómo se puede esperar que haya “cambio” cuando la única forma de financiarlo es hipotecando aún más la economía nacional?

Bajo estas circunstancias, cualquier cambio, por mínimo que sea, se ve comprometido. No es que se quiera justificar a nadie, pero el que no sabía estas condiciones votó sin conocimiento de causa. Para cambiar esta situación se necesita un cambio radical (es decir, que confronte las raíces de los problemas, no solamente sus consecuencias), pero muchos, incluidos algunos de los que ahora reclaman, no votaron por eso.

La idea del cambio es un slogan de marketing electoral, y sería absurdo pensar que el FMLN iba a ofrecer algo diferente a la promesa de cambio. Hasta el mismo Rodrigo Ávila aseguró que él representaba un verdadero y necesario “cambio” dentro del oficialismo arenero.

Pero en la euforia de la campaña y la expectativa de sacar a ARENA del poder se nos olvidó que el FMLN encontraría un estado devastado, con un tesoro público por los suelos, con una incapacidad institucional para enfrentar los problemas nacionales, en medio de una crisis internacional, con una economía de servicios e importadora que no produce casi nada y vive de la remesas, y con una clase empresarial-oligárquica recalcitrante que bajo ningún motivo pondría en juego sus privilegios.

El “cambio” que prometió Funes nunca nos planteó enfrentarse al poder (muchos de los que conformaron “Los Amigos de Mauricio” no eran precisamente proletarios), sino más bien forjar una nueva forma de hacer política donde algunas prioridades cambiarían, y donde quizás algunas de las necesidades más urgentes encontrarían respuesta a corto o mediano plazo.

Es injusto y paradójico exigir ahora un cambio profundo que nunca se prometió, y es importante recordar que la promesa de cambio moderado (una moderación que al final, desgraciadamente, no rompe con el modelo que requiere cambio) terminó por darle al Frente el empujoncito que necesitaba.

Una porción importantes de los salvadoreños y salvadoreñas no votarían por un cambio radical (las razones son tema para otro artículo), pero para que un cambio palpable realmente suceda se necesita, precisamente, agarrar al toro por los cuernos. Una fracción de los que votaron por Funes (incluida gente de partidos de centro derecha) jamás lo hubiera hecho si se hubiera ofrecido un cambio más profundo. Es importante analizar los antecedentes y las perspectivas del “cambio”; debemos ser más conscientes para, hoy por hoy, no pedirle peras al olmo.

(*) Académico, economista y colaborador de ContraPunto

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