Algo anda mal en la política y como consecuencia inmediata, algo no camina bien con la democracia. La crisis de la política es un lugar común y puede ponerse en discusión, pero en El Salvador, como herencia de 20 años de desastrosos gobiernos de ARENA que nos llevaron a una crisis institucional y estructural, aparece como un hecho que no admite duda.
El desaliento con la democracia se expande. El desánimo cunde entre funcionarios de varias reparticiones estatales y los políticos. El desprestigio de los partidos tradicionales de derechas está a la orden del día y el de la Asamblea Legislativa alcanza sus máximas cuotas. La distancia entre la ciudadanía y las instituciones por lo general es lejana cada vez más, sobre todo en áreas como la salud y la seguridad pública. Por tanto el gobierno actual debe acercar y profundizar esa relación tan necesaria para sostener su capacidad de gobierno y llevar a feliz término una primera etapa de cambios tan necesarios como urgentes.
Más allá de lo que pueda argumentarse en contra de tal visión, que muchos califican de exagerada o apocalíptica, es difícil refutar que se trata de un diagnóstico bastante generalizado. A su vez el fenómeno despierta lógica preocupación: una sociedad que incuba una política de tales características tiene por delante un horizonte nebuloso. La sola aproximación al problema de la crisis de la política desnuda su extraordinaria complejidad. La pregunta primera que debemos hacernos es si estamos frente a una crisis política y sus instrumentos o más bien una crisis de la sociedad.
El sentido común nos lleva a pensar invariablemente que las raíces de las crisis generalmente ocultas a la simple vista, en todo caso son múltiples y complejas. Un fenómeno de tal naturaleza jamás tiene una causa única o una explicación singular y superficial. La realidad es un sistema de problemas interrelacionados y ninguno de ellos surge de la “generación espontánea”; siempre será el producto de una acumulación histórica. El papel de los liderazgos políticos avezados es saber explicarse tales procesos históricos multi-causales. Quién no entiende la historia en su complejidad dialéctica, no entiende en qué realidad vive y por lo tanto no podrá transformarla en bien de los pueblos.
Además está el manto de la paradoja. En efecto, algunos intentan persuadirse que el desprestigio de la política haya estallado simultáneamente a la construcción decidida de la democracia radical. ¿Cómo explicar que al “ganar” la democracia haya “perdido” la política? La verdad es que no resulta intelectualmente posible soslayar tal paradoja. La excusa es invariablemente autoritaria y fascista.
Aún a riesgo de simplificar erróneamente el problema, es factible afirmar que independientemente que la ciudadanía deja de creer en la política cada vez más, el deseo de desarrollar y consolidar la democracia, crece paralelamente. Los pueblos son por naturaleza democráticos y su lucha histórica ha sido por la democracia, la libertad y la rebeldía contra el control y la opresión por parte del Estado, sea del tipo que sea.
En nuestro país el punto clave del ideal democrático es que ha despojado de legitimidad a cualquier otro régimen político, aunque en casos desesperados se clame por manos duras, lo que generalmente se confunde con la necesidad de un Estado fuerte, sólido (no necesariamente autoritario) que se convierte en la primera demanda para consolidar la democracia.
Expuesto el tema de la primera legitimidad (la del sistema) ha surgido con fuerza el tema de la segunda legitimidad (el de la eficacia del sistema) La primera legitimidad actúa hacia el pueblo y demás instituciones no gubernamentales, es decir, hacia afuera; la segunda actúa hacia adentro, esto es en relación a sí misma. De nuevo ¿cómo se puede perder ganando? ¿Cómo explicar que el avance de la democracia haya disparado su desprestigio?
Hay quienes afirman que al desplomarse las dictaduras la democracia se ha quedado sin oponente, pero los más lúcidos, entre estos Sartori (¿Qué es la democracia?), plantea que “vencer en la guerra no es vencer en la paz” La democracia se ha quedado sin enemigo externo (las Dictaduras), pero por eso todas las miradas se han volcado sobre su funcionamiento y efectividad. Y aquí es dónde se surgen con fuerza todas las falencias, omisiones y defectos que las acciones de lucha contra las dictaduras y el autoritarismo habían ocultado.
Estas y otras consideraciones explican que la reflexión sobre la política –sobre su crisis o su estado de situación, términos más suaves- se encuentre en el primer punto de la agenda. A su vez el debate sobre el rediseño o la “reinvención” del Estado le sigue de cerca. ¿Se trata de una coincidencia o existe una vinculación más estrecha –quizás no suficientemente evidente- entre ambos temas?
La tesis central de este artículo es sencilla. Advierte que la actual crisis de la política tiene causas múltiples y profundas. Advierte, sobre la reforma retardada, inconclusa o errónea del Estado. Asume que mientras el diagnóstico de tales causas no sea a la vez más preciso y comprensivo, será imposible revertir la actual tendencia. El desfase, anacronismo, ineficiencia y agotamiento del Estado tradicional (en su fase neoliberal) no es un dato más –junto a muchos otros- en la crisis de la política y la ineficacia del Estado actual (A. Allamand, 1997)
Aseguramos que mientras la política “no mejore” al Estado, seguirá ella misma “enferma” y no recuperará su liderazgo, perderá legitimidad, promoverá la corrupción y el clientelismo e incrementará la decepción a los ciudadanos. Para la gente común y corriente, el Estado es el instrumento de los políticos por alcanzar y ejercer desde allí el poder.
Los ciudadanos advierten que las leyes se hacen en un poder y la justicia es administrada por otro. Que las políticas públicas son materializadas por los ministerios y otras instituciones públicas. Que el Estado de derecho es sinónimo de fuerza y que desde esta premisa, está determinado para asegurar los bienes y privilegios de ciertos sectores.
Hay pues, insistimos, una vinculación directa entre política y Estado. Es más, la política se ha percibido como un conjunto de acciones hacia y desde el Estado. Ahora bien, si la actual organización, metas y acciones del Estado están en entredicho, fuerte cuestionamiento o incertidumbre hay que asumir que ello tendrá un fuerte impacto en la política.
Mirar el desprestigio de la política desde la necesidad de reinventar el Estado, es buscar allá donde están concentrados los problemas. Quizás, la crisis del Estado y la crisis de la política son –en grado importante-dos caras de la misma moneda.
El país está cambiando. La profundidad de la decadencia del viejo Estado autoritario burgués no admite nuevos parches (keynesianos u otros), sí necesitaría cada vez más cambios radicales, tentativas de abolición (superación) del marco civilizatorio actual, del caos de la sociedad diseñada por la burguesía luego de su largo dominio y hegemonía total, que ha provocado la reacción de las fuerzas humanas que ella misma desató.
*por Oscar A. Fernández O. (Politólogo)